San Lorenzo, Gimnasia y la historia de una huelga

Quien piense que las quejas y la desconfianza hacia los arbitrajes son tópicos actuales, está equivocado; desde que el mundo es mundo —y desde que el fútbol es fútbol— merodean por las cabezas de los hinchas y de quienes rodean al deporte. “La adjudicación de puntos y el título en competencia está hoy más que nunca a merced de los referees, quienes por incapacidad o temor desvirtúan la justicia y no sirven a nadie de garantías, pues el favorecido de hoy puede ser el perjudicado de mañana, todo dentro de un ambiente de excitación que puede dar motivo a las más lamentables consecuencias, como podría ser hasta la misma decadencia del auge del deporte favorito”, escribió el periodista de El Gráfico Chantecler, en lo que fue el comienzo de la crónica del partido en el que San Lorenzo venció 7-1 a Gimnasia La Plata, el 8 de octubre de 1933 en El Gasómetro.

El juez que estuvo bajo la lupa aquel día fue Alberto Rojo Miró. Claro, los de La Plata estaban punteros y los de Boedo los escoltaban, por lo que los ojos estaban puestos allí. A los 37 minutos, Arturo Arrieta, extremo izquierdo cuervo, salvó una pelota que parecía que salía de la cancha, tiró un centro a media altura y, tras un fallo del arquero Atilio Herrera, encontró a Petronilho Do Brito, quien definió con un tiro débil y puso el 1-0. Siete minutos bastaron para que el visitante empatara el encuentro con un disparo de 25 metros de José María Minella. Hasta el momento, 1-1 al entretiempo y partido común.

La segunda mitad encontró a un San Lorenzo incisivo, que buscaba marcar un tanto a toda costa. El Lobo, por su parte, se defendía. Al comienzo, el Ciclón se volvió a poner en ventaja con otro gol de Petronillho y Minella intentó repetir su primer gol para igualar el trámite, aunque la pelota pasó cerca. El defensor Azulgrana José Fossa ya había tenido algunas jugadas polémicas en el match, pero la primera que generó reales quejas fue la patada que le pegó a Enrique Gainzarain, quien estaba dentro del área. Para algunos dos metros, para otros tres, para Rojo Miró uno, pero afuera. A pesar de las enfáticas quejas de los futbolistas de Gimnasia, el juez cobró la falta a un metro del área. El tiro libre fue trivial y el juego siguió.

Un ratito después, Arrieta pateó un córner que fue a la cabeza del delantero Diego García pero que, sin mucha fuerza, fue detenido por Herrera. El portero, en un movimiento espontáneo, arqueó el cuerpo pero mantuvo la pelota delante de la línea. El árbitro, en una decisión que requería una seguridad excesiva, señaló la mitad de la cancha y dio el gol. “Los goals así, siempre se discuten hasta en matches de menos importancia, y allí el asunto tenía mucha mayor gravedad. El referee no vio los tres metros del penal, pero sí los 20 centímetros del goal, quizá menos, admitiendo lisa y llanamente que el goal se produjo”, expresó Chantecler, anticipando lo que estaba por suceder. 

Tras el incidente, Ángel Miguens, capitán del Lobo, le dio un puntapié a Rojo Miró, motivo de su expulsión. En ese momento, los jugadores de Gimnasia no solo se sentían perjudicados, sino que perdían 3-1 y estaban con uno menos. Un grito de los dirigentes platenses hacia Minella motivó a que los futbolistas hicieran lo que hicieron: dejar de jugar. Ninguno se movió y la mayoría se sentó…

El cuarto tanto llegó en los pies de García, quien pasó a los rivales quietos y marcó después del mínimo intento de Herrera. Para el quinto, que tuvo la misma fórmula, hasta el arquero se sentó. Uno más de García y el restante de Gabriel Magán bastaron para que, a los 34 minutos del segundo tiempo, Rojo Miró diera el partido por terminado y se retirara del campo de juego. De esa forma, los futbolistas del Lobo dieron por terminada la huelga de un partido de fútbol profesional en Argentina, se acercaron hasta la mitad de la cancha a saludar a los de San Lorenzo y dieron una vuelta olímpica conjunta que recibió tanto silbidos como aplausos, aunque fueron más estos últimos. Al fin y al cabo, y como relató Chantecler en el texto, “equivocado o no, el de Gimnasia era un gesto, y todos los gestos, cuando no son violentos, tienen mucho de atrayente y sugestivo”.