De futbolista a soldado en Malvinas: conocé la historia de Héctor Cuceli

Héctor tiene 19 años y es el wing de la Tercera de San Lorenzo. Le falta muy poco para ser convocado por el Toto Lorenzo para la Primera, el sueño que anhela desde muy chico. Está preseleccionado para el Mundial Juvenil de Australia 1981 pero una lesión lo deja afuera de la lista. Está destinado a ser futbolista profesional pero una guerra lo deja afuera de la sociedad.
Por siempre nuestros héroes de Malvinas… 💙❤️🇦🇷 pic.twitter.com/5i9bz73jsj
— San Lorenzo Primero (@SanLorePrimero) April 2, 2022
El 5 de abril de 1982, el soldado Cuceli desembarca en Puerto Argentino. El gobierno militar decidió combatir con el ejército de Inglaterra por la soberanía de las Islas Malvinas. Parece mentira, pero él tiene a cargo a cincuenta soldados y ni siquiera alcanza las dos décadas de vida. Ordena cavar pozos, trincheras naturales que serán camas durante dos meses. Pero el agua late debajo de la tierra, por lo que deben colocar chapas y ropa de combate para no dormir tan incómodos. El techo lo hacen con pasto. De otra manera los aviones ingleses podrían divisarlos.
Así, los primeros días transcurren con relativa tranquilidad. La inacción, dice Héctor, “le comía la cabeza”. Se pasa el día charlando con Héctor Revasti, compañero de categoría en San Lorenzo, y Omar De Felippe. El futuro está en pausa para ellos. Solo queda distraerse y sobrevivir. Pero no hay radio para seguir los partidos y las encomiendas llegan mutiladas: las reciben abiertas sin cigarrillos, chocolates ni plata. La comida escasea. Solo pan y caldo les proveen, por lo que tienen que salir a matar ovejas y vacas. El frío seco de Malvinas, por su parte, oscurece el día a las cinco de la tarde, lo que resulta una ventaja para el ejército enemigo. Tienen miras láser y la posibilidad de atacar, mientras la tecnología argentina escasea. Los cañonazos de los barcos explotan cerca de las trincheras y las alarmas aéreas son cada vez más recurrentes.
El desembarco inglés a Puerto Argentino ocurre al final de la guerra. El 14 de junio tiene lugar una lucha cuerpo a cuerpo que se extiende durante cuatro largas horas. Pero la bandera blanca ya flamea en el viento: es la rendición. Héctor es tomado prisionero junto con los compañeros sobrevivientes y los encarcelan en el buque inglés Canberra, donde devora los platos de comida ofrecidos por los canosos enemigos, que no pueden creer la juventud de los soldados argentinos.
Héctor recuerda la vuelta a su casa de Parque Chacabuco con mucha emoción. “Cortaron la calle para celebrar mi regreso. Hicimos un asado con mi familia y vinieron todos los jugadores de la Primera. Walter Perazzo, Rubén Insúa, todos”, cuenta con orgullo y algo de pena. Porque volvió a entrenar y los dirigentes lo recibieron con una promesa: firmarle el primer contrato profesional. Pero la firma se dilató y le ofrecieron mandarlo a préstamo, a lo que Cuceli se negó. “Mi único sueño era jugar en San Lorenzo. Si no era por la guerra hubiera llegado sí o sí. Pero no tengo rencor con nadie”. Luego deambuló por la Liga Rosarina y algunos clubes del Ascenso pero sin la pasión necesaria. Retirado muy joven, empezó a trabajar en un taller de autos en Avenida La Plata, oficio que lo acompañó hasta la jubilación.
Pero antes, la reinserción a la sociedad fue difícil. “Cuando volví estuve 45 días durmiendo debajo de mi cama. Todavía tenía miedo a las bombas aéreas”. Después fue casa por casa a visitar a los autores de cartas a soldados anónimos. “Eran mi único contacto con el cariño humano cuando estaba en Malvinas. Y eso que ni siquiera los conocía”.
Por último, Héctor Cuceli quiere dejar un mensaje por el Día del Veterano y de los Caídos en la guerra. “Fue un orgullo haber defendido las islas. Un orgullo tan grande que a mi hija le puse Malvina Soledad de nombre. Pasó mucho tiempo desde la guerra, pero me gustaría que no nos olviden. Ni a mí ni a los compañeros caídos”. Y remata: “Ah, una cosa más. Yo soy cuervo hasta que me muera”.
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