Un equipo que mostró brillo, pero nunca fue oro

La derrota ante Godoy Cruz activó las alarmas en el mundo San Lorenzo, justo cuando la Superliga nos brindaba la última chance de pegarle un zarpazo al irregular y siempre subvencionado líder Boca Juniors. Sin embargo la realidad mató todo tipo de ilusión, a días del debut en la Copa Sudamericana, premio consuelo ante un 2018 donde no tuvimos participación en la Libertadores.

Desde septiembre de 2017, cuando Claudio Biaggio asumió como DT interino de San Lorenzo, uno de sus objetivos propuestos (y por todos) fue la búsqueda exhaustiva de resultados para mantenerse en carrera en la Superliga, una obligación implícita por tratarse del único equipo grande que no disputaría la Copa Libertadores. En función de ello, se daría -o no- la continuidad al mando del frente del equipo de quien fuera el entrenador de la Reserva meses atrás.

Al inicio de su estancia en Boedo y dentro de los logros más visibles del entrenador, podríamos mencionar que potenció al trío Blandi, Belluschi y Cerutti, les dio mayor rodaje a algunos juveniles, en especial Nahuel Barrios y Franco Moyano, además de la obtención de un interesante colchón de puntos, circunstancia que obligó a la dirigencia a renovarle la confianza mediante una firma del contrato que se dilató por demás, quizá porque la continuidad del Pampa Biaggio no contaba con un consenso generalizado. Es que más allá de los números, en general el rendimiento colectivo había sido pobre. Sin embargo, el “que de la mano del Pampa Biaggio, todos la vuelta vamos a dar” que bajó como grito de guerra desde algunos sectores de la cancha sumada a mensajes desde el vestuario que indicaban que “el cuerpo técnico del Pampa trabaja muy bien y nos sentimos cómodos”, pudieron haber inclinado la balanza para la ratificación del ex goleador del Ciclón.

Con la tranquilidad de saber que el buzo de entrenador le calzaba a la perfección, el DT arrancó el año con tropiezos ya que al poco tiempo se quedó sin una de sus piezas claves: Ezequiel Cerutti. Para colmo, el único refuerzo que llegaría al Ciclón sería Valentín Viola quien hasta la fecha acumula exiguos 20 minutos con la camiseta azulgrana debido a una serie de lesiones, un denominador común que lo acompañó en gran parte de la trayectoria del jugador que debutara con la camiseta de Racing.

Más allá de todo, San Lorenzo empezó el 2018 con ilusiones renovadas de seguir peleando el campeonato. Sin embargo, el primer cachetazo propinado por Talleres de Córdoba puso un baño de realidad al presente del Ciclón. Aunque la actitud en el clásico contra Boca –punto de partida de un reciclado Fabricio Coloccini y consolidación del paraguayo Robert Piris Da Motta- y la victoria sobre Newell’s, en ambos encuentros goles señalados por el talentoso Ruben Botta, se vieron opacados por la sequedad ofensiva de los delanteros. Para colmo, una nueva derrota (con Gimnasia -que no ganaba ni ganó nunca más- en el Bosque) volvió a activar las alarmas ante las faltas de ideas de un equipo hasta aquel momento Belluschi-dependiente, que apenas empataba ante Unión en el Pedro Bidegain y rescataba un punto milagroso sobre el final, en el clásico de barrio frente a Huracán, gracias al cabezazo de Nicolás Reniero.

Pero no sólo hay que hacer referencia a las estadísticas, es necesario recordar forzadas rotaciones a la hora de conformar los equipos debido a las seis expulsiones sufridas cinco cotejos, las frecuentes lesiones y al flojo presente por el que algunos jugadores atraviesan. Ante la necesidad, el Pampa apeló a reiterados manotazos de ahogado, en ocasiones incomprensibles decisiones que jamás fueron aclaradas por el propio DT, entre ellas las de jugadores que de no ser tenidos en cuenta pasaron a ser titulares -Tomás Conechny, Alexis Castro, Leandro Romagnoli, por si acaso- y viceversa, Facundo Quignón, Juan Mercier, Marcos Senesi, Gonzalo Rodríguez o Víctor Salazar, entre otros. Sin ir más lejos, en uno de esos golpes de timón “surgió” Nicolás Reniero y se ganó un lugar entre los once, al menos hasta la catastrófica derrota sufrida Godoy Cruz en la mañana del domingo.  

Como justificación, Biaggio argumentaba: “Todavía no podemos repetir los mismos once de un partido al otro”. Y es verdad, es más, San Lorenzo empieza a tomar forma y puntos a partir del buen rendimiento de la defensa que Biaggio considera titular, integrada por Paulo Díaz; Coloccini; Caruzzo y Rojas, con el gran nivel del arquero Nicolás Navarro (hasta el horror que se mandó con el Tomba), la agradable aunque incipiente sociedad entre Reniero y Blandi, sumando también la inclusión en el once titular de los juveniles Moyano y Barrios.

Hasta el fatídico domingo por la mañana, San Lorenzo defendía con el cuchillo entre los dientes, y como a fines del año pasado apelaba a individualidades para conseguir resultados. Con la vuelta al gol de Nicolás Blandi, y el desequilibrio de Botta y el desfachatado Perrito Barrios, el Ciclón obtuvo tres victorias al hilo frente a Olimpo, en casa, y a domicilio frente a dos equipos consolidados como Lanús e Independiente, y tras la derrota de Boca frente a Defensa y Justicia, el equipo del Pampa se enfrentó a un nuevo espejismo: Se visualizó a tiro de la punta del campeonato una vez más. Y una vez más la pileta estaba vacía…

Pero como todo concluye al fin y nada puede escapar, la fantasía y las ilusiones de San Lorenzo se desvanecieron. Sin Gabriel Rojas -molestia física- ni Paulo Díaz -acumulación de amarillas- esta vez la improvisación de Biaggio determinó una goleada histórica, en contra, y que será recordada por muchos años. Con impresentables actuaciones por los laterales de una incógnita que costó mucho llamada Víctor Salazar  y del cada vez más resistido Marcos Angeleri, una mañana de terror de los experimentados centrales, Coloccini y Caruzzo, además del blooper del arquero Navarro, el criterioso escolta de la Superliga, Godoy Cruz Antonio Tomba nos hizo precio con un 5-0 que dolió, y eventualmente tardará en cicatrizar.

Injusto sería caerles a los del fondo si los demás tampoco hicieron demasiado para revertir el curso de los acontecimientos. Ante una nueva ausencia de Belluschi, en plena caída libre desde que se calzó la azulgrana a inicios del 2016, Leandro Romagnoli no fue enganche ni conducción, mucho menos desequilibrio para el equipo y manejó un ritmo cansino, propio de un jugador de 37 años que no está para ser titular. Quienes zafaron del aplazo fueron el incansable Piris Da Motta, un imán a la hora de cortar balones, un guerrero que se tira de cabeza si es necesario para recuperarlo. El paraguayo y principalmente Nahuel Barrios fueron quienes dieron la cara por el resto. Con delanteros aislados, tal vez a la espera de algún pelotazo sin destino, el flujo futbolístico se redujo a la nada misma.

Con ese desolador panorama, la única esperanza llegó de los pies de ese loco bajito que se fue ovacionado, Nahuel Barrios, quien desde que alcanzó la titularidad es punto alto en cada encuentro, donde puso toda su entrega y garra. ¿Marcó? Si, presionó cada pelota y corrió cada metro con todo lo que su cuerpo tenía para dar, pero su entrega pasó por otro lado. El juvenil de 19 años pidió durante todo el partido la pelota, encaró, buscó asociarse, aceleró en busca del área rival, pateó al arco. En fin, fue aquel en quien San Lorenzo puso sus esperanzas para lograr descontar junto al demorado ingreso de Ruben Botta, una fija desde el arranque para todos menos para el entrenador que por enésima vez se casó con el Pipi Romagnoli.

Está claro que sin juego colectivo, en algún momento las individualidades no alcanzan, y a escasa horas del debut de San Lorenzo por la Copa Sudamericana es más un puñado de incógnitas que un racimo de certezas. Habrá que ver cómo cuerpo técnico y equipo asimilarán el golpe recibido por Godoy Cruz, un letal mazazo que lo posterga cada vez más del campeonato aunque le permite seguir en el lote de los que sellarían su pasaje a la Libertadores 2019, hoy en día, un lugar de privilegio que se deberá consolidar si se quiere plasmar el objetivo preliminar.

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