El ex San Lorenzo que inspiró a Ronaldo antes de su debut en Barcelona

Ronaldo Nazário de Lima era un fenómeno antes de que el mundo lo reconociera con ese apodo. Lo fue hasta para Jairzinho, uno de los edificadores del jogo bonito que consagró a Brasil en 1970, quien descubrió que su talento valía mucho más que los centavos que conseguía compitiendo en los torneos callejeros. Pero esos desconocidos potreros de Río de Janeiro no podían ser los únicos testigos de cómo transformaba al fútbol en un carnaval de alegría. La oportunidad no tardó en llegarle: se sumó a las filas del Cruzeiro y, con poco más de 16 años, se abrazó tanto a los trofeos de la Copa de Brasil y del Campeonato Mineiro.

Mientras sus logros en la Sub 17 canarinha ilusionaban a una nación y su nombre empezaba a cruzar el Atlántico, Ronaldinho –como lo llamaban mucho antes de la irrupción de su tocayo de Porto Alegre– se animó a darle curso a su carrera en el PSV Eindhoven neerlandés: dos temporadas le bastaron para convertirse en uno de los jugadores más codiciados del mercado mundial. Así fue cómo, después de una compleja y costosa negociación, fichó con el Barcelona de España a cambio de 2.550 millones de pesetas. Y su esperado debut llegó el 20 de agosto de 1996, nada menos que ante San Lorenzo.

El crack brasileño, que todavía no había cumplido los 20, no fue el único en sumarse a la familia culé en ese mercado de pases: también llegaron Juan Antonio Pizzi, Luis Enrique, Hristo Stoichkov y Laurent Blanc, por nombrar algunos. El Barsa de Bobby Robson, acompañado por un joven José Mourinho, había invertido 5.250 millones de pesetas –más que cualquier otro equipo en el mundo– y debía medirse frente al equipo de Héctor Veira por la semifinal del trofeo Joan Gamper. “Lo que más me quedó de ese viaje es que Paulo Silas nos presentó a Ronaldo”, escarba en sus recuerdos Javier Arbarello.

Además del Perro, aquel día jugaron Oscar Passet, Mario Escudero, Héctor Almandoz, Óscar Ruggeri, Damián Manusovich, Juan Cardinal, Carlos Netto, Roberto Monserrat, Néstor Gorosito, Ariel Montenegro, Silvano Maciel y Guillermo Franco. También estuvieron Claudio Rivadero y Paulo Silas, los dos que acompañaron a Arbarello en una experiencia inolvidable. “Fuimos al lobby del hotel y decidimos saludar a Ronaldo”, relata Rivadero. La anécdota no terminó ahí: “En ese momento yo me había hecho una pequeña argolla con una cruz. Después de que nos saludamos, Ronaldo me mira y me dice ‘buen brinco’. Le pregunté a Silas de qué hablaba y me dijo que le gustaba mi arito”.

El resultado del partido pasó a un segundo plano. El Fenómeno reemplazó a Pizzi, uno de los goleadores de aquel 2-0 –que luego quedaría impregnado en la historia de San Lorenzo– y unos minutos le sobraron para desparramar su fútbol de potrero en el Olímpico de Montjuic. Una vez terminado el cruce, Silas consiguió que su coterráneo le diera su camiseta y, cuando la tuvo en sus manos, decidió cedérsela a Arbarello. “Unos años después se la regalé a Rivadero”, cuenta el Perro. Y, si bien esa reliquia hoy está en el armario de Pancho, hay otro recuerdo que guarda con más cariño. “A las semanas, cuando empieza el fútbol español, el Perro  –rememora el volante– me llama y me dice: ‘Mirá el aro que usa Ronaldo’. Tenía el mismo aro que yo. Casi me muero”.

El paso de Ronaldo por el Barcelona fue breve, pero contundente: festejó la Copa del Rey, la Recopa de Europa, la Supercopa de España. Una temporada le alcanzó para quedarse con el Pichichi y conservó ese récord hasta que Lionel Messi lo destronó por su 2009/10. Incluso, un buen tramo de su estadía en Cataluña fue coronado con el Balón de Oro de 1997, donde también consideraron sus posteriores logros en Italia. “Yo tenía el deseo de seguir. Si el club no me valoraba como tenía que ser, no estaba en mis manos esa decisión”, aseguró tiempo atrás en una entrevista con LaLiga 90 Aniversario.

Esas fueron apenas algunas de las incontables distinciones que recibió durante su desempeño en clubes y en su selección. Porque su carrera siguió brillando en el Inter, se consolidó en el Real Madrid, continuó en el Milan y se selló en Corinthians: ni las lesiones ni el hipotiroidismo que pusieron en pausa su trayectoria lograron apagar su magia. De su paso por Barcelona la historia solo dirá que gritó 47 tantos en 51 partidos. Pero ese 1996, Claudio Rivadero festejó otro gol más del Fenómeno. Y las estadísticas no se lo van a arrebatar.